martes, 2 de febrero de 2016

2016: y arrancamos con un artículo...


  Pensando en cómo arrancar este 2016 en el blog, se me ocurrió hacer público un artículo que escribí en los tiempos en que estaba elaborando mi tesis de doctorado y que me sirvió de base para muchas charlas y conferencias durante años, pero que por alguna razón nunca publiqué...
  Advierto: es un texto un tanto largo, pero creo que resume la idea que tenía acerca de la relación entre la Ciencia Ficción, el Mito y la Filosofía hasta ahora... 
   ¿Y de ahora en adelante?
   No lo sé. Supongo que la CF se me hizo más carne que teoría y su constante descubrimiento es una maravillosa aventura que quiero recorrer para siempre junto con ustedes, lectores (y sus fabulosas devoluciones), con la creación misma de cuentos y novelas, con el apoyo de mis amigos, y con la ayuda de mis colegas escritores.
  Espero que lo disfruten.
  Y recuerden: "mea culpa, soy barroca". 


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Ciencia Ficción y Filosofía

Teresa P. Mira de Echeverría



“Soy un «filósofo ficcionalizador»” decía de sí mismo Philip K. Dick[1] y, por extraño que parezca, no se estaba definiendo sólo a sí mismo, sino también a todo un género: el de la Ciencia Ficción.
  Cuando pensamos en vincular Filosofía y Ciencia Ficción, lo primero que suele venir a nuestra mente son nombres: Olaf Stapledon, por ejemplo (y sus maravillosos libros Hacedor de estrellas o La última y la primera humanidad) o, en nuestros Lares, el estudioso de la Ciencia Ficción Pablo Capanna; o incluso podríamos extrapolar un poco y nombrar a Thomas More y su obra Utopía. Y decimos: «Bueno, sí, ellos son filósofos y escribieron o trabajaron con la Ciencia Ficción».
  Pero no es eso de lo que hablaba Dick y tampoco de lo que hablamos nosotros.


 I. La Filosofía como Ciencia Ficción y La Ciencia Ficción como Filosofía:

Una de las principales características de la Filosofía es la expansión de los límites del pensamiento humano, la capacidad de ir más allá de lo evidente, la posibilidad de ensanchar los confines de la realidad.
  Pensar sobre infinidad de mundos posibles, sobre consecuencias sin causas, viajes en el tiempo, lógicas ilógicas o regresos al infinito, es cosa común para el filosofar.
  Y no es sólo que el antropólogo Gilbert Durand medite sobre robots para hablar del simbolismo o que el filósofo Derek Parfit proponga experimentos de teletransportación mental y reconstrucción de cuerpos a distancia, para discutir sobre la identidad personal; es mucho más.
  Es un «que tal sí…» y eso no es poca cosa, es el corazón mismo de la Ciencia Ficción (o de la Ficción Especulativa como ampliaban los escritores Algis Budrys, Harlan Ellison o  Judith Merril).
  Fue justamente esta brillante editora y escritora quien, titulando la introducción de su decimosegunda antología de Ficción especulativa (1968): “Pez fuera del agua, hombre a un lado de sí mismo”, exponía el núcleo de la Ciencia Ficción y de su esencia filosófica. La introducción comienza con un ejemplo simple y directo, basado en un anuncio. El cartel publicitario tenía un pez dentro de una pecera y decía más o menos así: “No sabemos quién descubrió el agua, pero es casi seguro que no fue un pez.”
  Y el anuncio terminaba con esta frase: “El entorno total de cualquier persona, o medioambiente, crea una condición de imperceptibilidad.”
Bien, la Ciencia Ficción no solo extrapola (y esa es su arma más poderosa), sino que extranjeriza, arranca, corre los márgenes, amplía los límites y, una vez fuera del agua, una vez enfrentados con nosotros mismos como con «otros», una vez «fuera de lugar», entonces se puede ver con claridad.
  No es de los Trífidos de los que habla John Wyndham, tampoco se refiere a un Hurkle, Theodore Sturgeon y, por supuesto, que no son Tlics a lo que alude Octavia Butler. Somos nosotros los semivegetales, nosotros los ultravioletas seres escaldadores, nosotros los inmensos ciempiés esclavistas. De la humanidad hablan los marcianos de H. G. Wells y los de Bradbury. De nuestra esencia hablan los Shai-Hulud, los monstruosos gusanos desérticos de Frank Herbert o los «visitantes» de Solaris de Stanislaw Lem. ¿Qué duda cabe de que quienes intentan leernos en nuestro fuero más íntimo pueden ser tanto los androides de Dick como los Titerotes/Titiriteros de Pierson de Larry Niven?[2]
  Y no es simplificar esto que acabamos de hacer por el contrario es complejizar las cosas y mucho. La historia de mutantes se transforma en verbo de intolerancia, sí; pero también en elucubración sobre esencias: ¿qué nos hace humanos?: ¿La racionalidad?, ¿los sentimientos?, ¿el cuerpo?, ¿la memoria?, ¿el espíritu?, ¿nuestras elecciones?, ¿nuestros defectos? Podemos pensar en más de un cuento o novela tratando acerca de cada uno de estos temas: la empatía de Dick, la corporalidad de Farmer, la racionalidad técnica de Clarke; la espiritualidad de Blish, la trascendentalidad de Sturgeon, la palabra de Watson, el dolor de Silverberg, el silencio de Le Guin.[3]
  La característica que unen ambas disciplinas, y que tan bien viera el autodenominado “filósofo ficcionalizador”, Philip K. Dick es, justamente, la posibilidad de pensar más allá de los propios límites, proporcionando un autoconocimiento único.
  Y, con nosotros, del universo.


No es la «Ciencia» en Ciencia Ficción lo que más pesa, sino la Sabiduría en ciernes que se atisba muy a lo lejos, y tras la cual se avanza.
  Es larga esa tradición en la cual la Ciencia Ficción filosofa, y no porque tome temas éticos, lingüísticos o metafísicos, sino por su propia esencia.
  En sí misma la Ciencia Ficción no es sólo filosofía aplicada o, mejor aún, filosofía en acción sino, ni más ni menos que “amor a la sabiduría”; pero un amor vital, ardiente, lleno de placeres prohibidos y de juegos salvajes y extraños, un amor apasionado.
  Pues bien, si podemos decir que la Filosofía es un «qué tal si…» y que la Ciencia Ficción es un «loco amor por la sabiduría» entonces, lograda ya la metamorfosis de una en la otra, paseemos a lomos de este nuevo monstruo interdimensional de acero y carne, ornado con plumas de lechuza.


  II.   Una Mitología Contemporánea:

Pero, ¿qué cosa conecta, qué cosa subyace tanto a la Filosofía como a la Ciencia Ficción?
La búsqueda de ambas es ardua; para una es un tránsito por caminos espinados de rigor, para otra, un viaje por psicodélicos laberintos.
  Pero se avanza.
  Y en ese avanzar, tanto la Filosofía como la Ciencia Ficción no tienen guía porque van a la vanguardia (si acaso ellas mismas abren el camino).
  Sin embargo, se me dirá, es innegable que algo las orienta.
  Digamos que la evasiva meta misma se promete como “causa final”, como motor inmóvil que todo lo atrae hacia sí.
  Especulemos también con que el móvil de la búsqueda imprime un sentido a la misma.
 Entonces, ¿cuál es ese silencio de sirenas como decía Kafka de cuyo hechizo no pueden escapar ni la Filosofía ni la Ciencia Ficción? ¿Qué las impulsa, qué las espera al final del recorrido?

  Tal vez, nosotros mismos.

Existe una base mítica presente en todos los pueblos; los mitólogos y mitógrafos la llaman: el viaje. En todos los pueblos de nuestro planeta (por ahora), hay un mitologema básico: un héroe, un hombre común, comienza un viaje por tortuosos senderos sólo para regresar al sitio de donde partió. Pero he aquí que quien vuelve no es el mismo que partió. El viaje lo cambió y lo enriqueció, a tal punto, que ahora puede volver a su pequeño rincón del universo y contemplar las maravillas que siempre estuvieron allí y que antes era incapaz de ver.
  Ulises y Dante hicieron ese viaje, un indio bororo y un guerrero águila wasco también lo hicieron, y sabemos que un tal Jeff Caird y un tal Dave Bowman, un tal Joe Chip y un tal Paul Atreides lo llevaron al límite. Uno para ser múltiple a través de tiempos estancos, otro para evolucionar en algo más, el tercero para romper el umbral de la propia muerte, y el último para volverse un dios.[4]
  Señores y señoras, ha hecho su aparición en escena quien siempre estuvo con nosotros: el Mito.

Cuando se inicia el estudio de la Filosofía y se habla de los filósofos presocráticos, suele citarse una especie de «evento cósmico», cuasi mágico, denominado: el paso del mithos al lógos.
  Es ese un acontecimiento se dice en el cual el hombre dejó a un lado las explicaciones fantásticas por la coherencia racional.
  Pero la Filosofía jamás terminó de dar ese paso; como los tripulantes de la cápsula que cae eternamente en un agujero negro, en el libro Pórtico de Frederik Pohl, la Filosofía está eternamente con su pie en alto, a medio camino entre la razón y la imaginación. Y gracias a Dios por ello.
  El símbolo sigue siendo el eje de toda Filosofía (e, incluso, de aquellas que no lo admiten) y es ese mismo símbolo el que recorremos ávidos en un relato del maestro H. P. Lovecraft o en un cuento de nuestro querido Carlos Gardini.
  ¿Por qué podían los androides de Dick hablar de mí, por qué dijimos hoy los trífidos me representaban? Porque han adquirido una cualidad superior a ellos mismos: son símbolos.
  Y los símbolos son el idioma básico de los mitos.
  Y los mitos aún nos guían.
  Es nuestra más firme convicción que cada época reviste los mitemas propios de toda la historia humana, con los caracteres culturales e históricos que la componen; y es una tesis del todo defendida por nosotros, que el mito contemporáneo se esconde tras la literatura y las artes visuales que transcriben la Ciencia Ficción en palabras e imágenes.


Los mitos se camuflan, hoy, asomando sus siempre viejos y siempre nuevos ojos, entre las pinceladas de Aldous Huxley, Brian Aldiss, Héctor Germán Oesterheld o Angélica Gorodischer.[5]
  La mitología que crea y encarna, permite abrir los patrones de nuestra cultura occidental llevándola, incluso, a la exploración de lo que la modernidad no había logrado: la incorporación de un oriente occidentalizado y un occidente orientalizado y rehabilitador de sus tradiciones aborígenes.
  El espíritu mítico que aletea con fuerza inusitada en el género, logró unir los polos extremos de la tecnología y la poesía, del positivismo científico y la fantasía desbordada, y posibilitó traducir a códigos humanos todo aquello que desdeñaba lo más humano del hombre (su espíritu). Esta «religazón» fue evolucionando desde lo estrictamente científico (encarnado por las ciencias más duras y endurecedoras que podemos concebir: matemática y física especialmente cuántica, la cual, sin embargo, abre amplias brechas a una inundación de imaginación creadora), hasta un panorama mucho más amplio, cuando intentó unir otras ciencias humanas (antropología, sociología, psicología) y cuando, finalmente, se abrió a culturas alternativas a las de su propia cuna.
  Como sostiene Capanna: “…una mitología urdida por la civilización industrial para colmar el abismo entre dos culturas: la científica y la humanística. Una mitología, no inhibitoria, sino construida racionalmente; un medio de brindar medios poéticos de comprensión acerca de las nociones más abstractas. /…/ Es un hecho literario y, al igual que el mito que precedió a las bellas letras, es un fenómeno cuya clave de comprensión está fuera de éstas, en una filosofía. Una filosofía que no elabora ningún sistema, pero que asume la actitud primigenia de aquélla: el deseo de explorar, en las zonas del saber, hasta donde sea posible.”[6]

Cada comentarista, cada lector, cada fanático, suele agregar la siguiente frase cuando se refiere a algunos de sus autores u obras favoritos: “lo leí en mi adolescencia” o “empecé a leerlo en mi juventud”.
  La Ciencia Ficción es una literatura de tránsito, de proceso, de crecimiento, de iniciación. Pero es una iniciación y un crecimiento continuos, y dado en un mundo tecnificado, un mundo donde los monstruos no moran en las raíces de los abedules, sino en las entrañas del robot de ensamblado de una línea continua; donde acechan curiosos, no ya los pequeños ojos de los duendes, sino los chips de un computador; y donde intenta oprimirnos no un ogro malévolo, sino un estado totalitario con mil ojos satelitales y cientos de misiles transoceánicos. La vestidura se ha actualizado, los símbolos siguen siendo los mismos (siempre antiguos, siempre nuevos).
  Alexei Panshin fuerza a su protagonista a salir de la nave-madre a su madurez, Cordwainer Smith arroja a sus criaturas a la humanización perdida, mientras que Roger Zelazny y Clifford Simak lo hacen hacia una trascendencia animalizada. Y, claro está, Damon Knight nos empuja a todos sin piedad hacia lo absolutamente otro.[7]
  La Ciencia Ficción nos hace vivir el mito de traspaso de nuestra mayoría de edad constantemente (como individuos y como especie, es decir, como vocación humana), nos enfrenta con nuestro propios miedos y nos conecta con la misma realidad trascendente que fascina al hombre dentro de un jaguar parlante o en un androide llorando por su alma.


   III. La Gran Creación:

¿Y cómo nacen estos mundos, estos mitos del futuro?
  Cuando Wilhelm Dilthey, un filósofo historicista y hermeneuta, hablaba del proceso creador del escritor, lo llamaba: “metamorfosis de lo real”. Y eso cuadra muy bien en la Ciencia Ficción.
  Él decía que además de en el sueño, en la locura y en los estados alterados de consciencia (física o químicamente logrados, o espiritualmente desarrollados) en la escritura, se producía un proceso de creación casi milagroso, un “surgimiento de imágenes que sobrepasan la experiencia”. Y agregaba: “…esta es la característica del gran poeta, que su fantasía constructiva, a base de elementos de la experiencia y llevado por analogías de la misma, produce un tipo de persona o de acción que excede a la experiencia y con el que, sin embargo, comprendemos mejor esta.”
  Sí, es el pez de Judith Merrill, quien sólo saliendo del agua puede llegar a comprenderla, porque “en él, las imágenes y sus combinaciones se despliegan libremente por encima de las fronteras de lo real.”[8]
  Pero hay algo más, hay una suerte de alquimia de la realidad: Sólo superándola, sólo desarticulándola y metamorfoseándola podemos entenderla.
 
Y el procedimiento por el cual eso sucede es la ya mencionada extrapolación, la herramienta más cara del género.
  En una clase-conferencia, Samuel Delany (uno de los más finos escritores y teóricos de la Ciencia Ficción) dio dos magníficos ejemplos. La idea giraba en torno a “lo enunciable”: palabras sincréticas o términos literales que engendran nuevas imágenes y nuevos modos de ver la realidad (o de atravesarla).
  El propio lenguaje es el terreno de experimentación: “Frecuentemente, en Ciencia Ficción, el escritor pone juntas dos palabras raíces y el término resultante produce una nueva imagen para el lector. Tome el «ornitóptero» de Cordwainer Smith. Leer la palabra es saber lo que un ornitóptero es si reconoce las raíces: helicóptero y ornithos /…/ Un ornitóptero debe ser un pequeño aeroplano que bate sus alas como un pájaro.”[9]
  Y luego acaece la apropiación: la dimensión imaginal y colectiva del término. En Dune, Frank Herbert toma prestado el término y hace volar ornitópteros por los cielos arrakenos (tal y como luego el ilustrador John Schoenherr lo plasmara tan bellamente) cada mito es una construcción colectiva, por supuesto, pero todo nace a partir de un solo individuo, de una sola mirada que ve (o que intuye) un paso más allá del resto.
  “…las obras de arte y los mitos. En realidad, son simplemente los dos polos de un proceso de desarrollo poderoso, constantemente repetido. Decir que los mitos son productos de la imaginación creadora, es no menos cierto que decir que no son producidos por individuos singulares. Más bien son la forma típica y eterna del trabajo de la imaginación colectiva /…/ sin embargo conviene que indiquemos la relación del factor colectivo con el personal. Indisolublemente unida al culto y a la magia, la imaginación mitopoyética produce, a base de un mundo ajeno de realidad, el mundo sencillo del clan, horda, familia y raza. Este proceso psíquico colectivo no sigue una marcha que se detenga en algún tiempo del pasado prehistórico o histórico, de suerte que podamos contemplar la formación de mitos como una fase obsoleta del desarrollo humano, antes bien es necesariamente una parte y sector de todas las sociedades humanas, cabiendo observar la formación continua de nuevos mitos.
  Huelga decir que la formación de un mito sólo es posible gracias a la colaboración de los individuos de la sociedad que los tiene, separación entre la imaginación receptiva, que acoge al oído, y la imaginación reproductiva, que lo repite y le da forma objetiva (por ejemplo, en actos de culto, en la danza exorcista, etc.), y aun la imaginación productiva que lo transforma y le añade nuevos detalles. El individuo funciona siempre como portador de lo superindividual, sin percatarse de que su poder creador particular interviene en esa actividad.” [10]
  En el ejemplo del ornitóptero se ve claramente la última función que nos faltaba para advertir la naturaleza mítica del género: la función del grupo.
Isaac Asimov, solía decir que los escritores de Ciencia Ficción tendían a formar algo que
no se hallaba en otros géneros literarios: una suerte de tribu o fratría; y una que, por cierto, para él, era de carácter endogámico: Nos leemos entre nosotros, nos editamos entre nosotros y nos premiamos entre nosotros (se refería a los dos premios más famosos: el Hugo dado por los lectores y el Nebula dado por la asociación de escritores[11]). Puede que, con cada era de la Ciencia Ficción (La Edad de Oro, una suerte de illo tempore del género los Apsu y Tiamat que delinearon el mundo, la New Wave o la irrupción de los dioses jóvenes y renovadores los Marduk que le dieron forma, etc. En 1967 Brian Aldiss les daba dos sugestivos nombres muy distintos: “los fósiles” y “los caballeros de la nave espacial de papel”), el círculo se haya ido ampliando, pero aún es un círculo en el cual autor y lector pueden retroalimentarse en forma directa, más que en ningún otro tipo de creación; porque el límite entre ambos es mucho más borroso que en otros géneros: y esa, mis amigos, es la última característica de la producción mítica.[12]
  Porque el mito se sigue creando.
  La mitología es un acto permanente de la humanidad, se la construye y se la reedita una y otra vez porque sino, no seríamos hombres.
  Parafraseando a Joseph Campbell “La última encarnación del Capitán Nemo, el oscuro propósito de Hall 9000, y el Monolito, el eterno romance entre Hal Yarrow y su alienígena Jeanette, estaban esta tarde en la esquina de Aráoz y Santa Fe, esperando que cambiara el semáforo.”[13]

Se dice que la Filosofía tiene como máxima directriz no dar nada por sentado, ni siquiera a sí misma. Toda ciencia parte de un supuesto, pero la Filosofía debe establecer los suyos y cuestionarlos hasta sus últimas consecuencias (¿Cómo sé que lo que veo es lo que existe? ¿Qué es la realidad? ¿Por qué hay más bien algo y no la nada?).
  Es sabido que no podría haber un congreso de cardiología titulado “¿Existe el corazón?”, pero se toparán con infinidad de simposios de Filosofía cuyo título reza: “¿Existe la Filosofía?”.
  La Ciencia Ficción también se autosustenta creando sus supuestos: todo un lenguaje base (con su metodología formativa y su colectivización incluidas), que es más que una jerga o un regionalismo, que es una verdadera construcción simbólica.

Volvamos a Delany: “Hay usualmente un lado literal en el lenguaje de Ciencia Ficción. /…/  Hay una magnífica novela de Vonda McIntyre llamada Aztecas,[14] la cual comienza así: ‘Ella entregó su corazón voluntariamente’. Es acerca de una mujer que entrega su corazón de cuatro cámaras para que sea reemplazado con un mecanismo de bombeo de sangre rotatorio, de modo de poder realizar un cierto trabajo que una persona con un corazón de cuatro cámaras no podría hacer /…/ A veces, cuando esta literalización sucede con una sola palabra [como en «ornitóptero»], se produce un neologismo. Pero también funciona a nivel de las oraciones /…/ e incluso a nivel del argumento.” [15]
  Paradójicamente, literalizar aquí es simbolizar. Como si se invirtiese el flujo normal del mito: se arranca con una extraña forma de interpretación para construir con ella un símbolo y así tejer una red de situaciones y hechos estructuralmente reveladores.
  A esa altura, la Ciencia Ficción ya es mitopoiética.

La extrapolación es, pues, algo así como la química de la imaginación; procede por descontextualización, sacando una cultura, una época, un personaje o, incluso, una palabra, de su medio ambiente natural y arrojándolo a un medio extraño. Pero no es sólo esto. Es también una hibridación.
  El filósofo y psicólogo Philipp Lersch extiende esta hibridación al tiempo: como un instante eternamente presente, la imaginación une al pasado (mediato o no, real o no), un futuro posible o imposible.[16]
  La extrapolación se convierte así en simbólica, ya que con su anticipación, integración y ensayo, tiende un puente simbólico “sobre el vacío”.
  La extrapolación no es un simple traslado de situación, y es más que “el cambio de sustancialidad con la conservación de las relaciones”;[17] es la elaboración simbólica de un hecho concreto para que sirva de esquema o categoría en una nueva determinación, es, en definitiva, una síntesis simbólica.
  A través de la extrapolación, la imaginación varía situaciones invariables y hace contingente lo necesario, constituyendo un laboratorio de ensayo en el cual se explora la ruptura, la disgregación y el enlace de conceptos, esquemas y estructuras que sólo así pueden ser logradas; y gracias a las cuales se avanza en la comprensión de fenómenos límites y, por lo tanto, paradójicos como los de la identidad personal, el ser de lo que es, el propio Absoluto, etc.[18]
  Esta es una libertad sin parangón en el ser humano.
  Una libertad casi inhumana.
  Y, en este punto, se entienden la naturaleza, la simbología y el destino de la Ciencia Ficción: llevar al hombre más allá de su humanidad para hacerlo más verdaderamente humano.
  Otro célebre filósofo y psicólogo, el alemán William Stern, sostenía que la humanidad del hombre se halla en el intersticio entre realidad y fantasía. Es decir, que el hombre es hombre en tanto posee imaginación, en tanto se trasciende a sí mismo.
  “La imaginación no es, como lo sugiere la etimología, la facultad de formar imágenes de la realidad; es la facultad de formar imágenes que sobrepasan la realidad, que cantan la realidad. Es una facultad de sobrehumanidad. Un hombre es un hombre en la proporción en que es un superhombre. Un hombre debe ser definido por el conjunto de las tendencias que lo impulsan a sobrepasar la condición humana. /…/ La imaginación inventa algo más que cosas y dramas, inventa la vida nueva, inventa el espíritu nuevo; abre ojos que tienen nuevos tipos de visión.”[19]
  La Ciencia Ficción como una Filosofía en acción y como una mitología contemporánea, logra generar una corriente interna de crecimiento casi transfigurativo.
  Y los transfigurados somos nosotros mismos.
  Porque, si en cada página de Ciencia Ficción, nos vemos como robots, como mutantes o como alienígenas; al volver a nuestra vida cotidiana, al ómnibus lleno, al taller, a la fábrica, a la universidad, al colegio, a la cocina; ya no somos los mismos humanos de antes.
  La transfiguración de la historia, parece colarse en la vida.
 Y, como en un camino mítico como una nueva travesía del Argos de Jasón o del Enterprise del capitán Kirk la lectura de la buena Ciencia Ficción logra un efecto sorprendente: quien abre un libro de Ciencia Ficción, de seguro ya no será el mismo, al voltear su última página.
  

“Quiero escribir sobre gente que amo, y ponerla en un mundo ficticio salido de mi propia mente, no el mundo que efectivamente tenemos, porque el mundo que efectivamente tenemos no cubre mis estándares. Está bien, entonces yo debería revisar mis estándares /…/ debería someterme a la realidad. Nunca me he sometido a la realidad. De eso es de lo que trata la SF. Si Usted quiere someterse a la realidad /…/ lea a los escritores que aparecen en la lista de Best Sellers /…/
Por esto es por lo que amo la SF. Amo leerla; amo escribirla. El escritor de SF no ve sólo posibilidades sino posibilidades salvajes. No es solamente «Qué tal si…»; es «Oh Dios mío, qué tal si…», con frenesí e histeria. [Porque, señores] Los marcianos siempre están viniendo.”[20]

 Dra. Teresa P. Mira de Echeverría



[1] Philip Kindred Dick (1928-1982) fue, quizás, el más grande escritor de Ciencia Ficción, sus temas y su dinámica abordan las cuestiones más esenciales del ser humano: la fe, la vida, el sentido. Suele ser denominado el Borges norteamericano. Entre sus novelas figuran: El hombre en el castillo (1962), Ubik (1969), Fluyan mis lágrimas dijo el policía (1974), ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968), VALIS (1981), La invasión divina (1982), Los tres estigmas de Palmer Eldritch (1965), Mundo contra reloj (1967), La penúltima verdad (1964), Los clanes de la luna Alfana (1964), Deus Irae (1976 —con Roger Zelazny—), etc. Muchas de sus obras fueron  llevadas al cine como: Blade Runner (Ridley Scott, 1982), Minority Report (Steven Spielberg, 2002), Total Recall (Paul Verhoeven, 1990), A Scanner Darkly (Richard Linklater, 2006), entre varias más.
[2] Aludimos aquí a importantísimas obras del género, nombrando las entidades no humanas que los protagonizan: John Wyndham, El día de los Trífidos (1951), Theodore Sturgeon “El hurkle es un animal feliz” (1949), Octavia Butler “Hijo de la sangre” (1984), H. G. Wells La guerra de los mundos (1898), Ray Bradbury, Crónicas marcianas (1950), Frank Herbert, Duna (1966), Stanislaw Lem, Solaris (1961), Philip K. Dick ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968) y Larry Niven, Mundo anillo (1970).
[3] Los fabulosos autores aquí mencionados son: nuevamente Philip K. Dick, Philip José Farmer (autor de Los amantes y Mundo del Río), Arthur C. Clarke (autor de 2001 odisea del espacio y Voces de un mundo distante), James Blish (autor de Un caso de conciencia y Semillas estelares), Theodore Sturgeon (autor de Más que humano y Venus más X), Ian Watson (autor de Empotrados y Embajada alienígena), Robert Silverberg (autor de Estación Hawksville y Tiempos de cambio) y Úrsula K. Le Guin (autora de La mano izquierda de la oscuridad y la saga de Terramar).
[4] “Jeff Caird” es el protagonista de Mundo de Día de Philip José Farmer, “Dave Bowman” el de 2001, una odisea espacial de Arthur C. Clarke, “Joe Chip” el de Ubik de Philip K. Dick y “Paul Atreides” el de Dune de Frank Herbert.
[5] Cuatro potentes autores de Ciencia Ficción: dos ingleses y dos argentinos, respectivamente. Aldous Huxley, el célebre autor de Un mundo Feliz, Brian Aldiss a quien pertenecen la majestuosa Galaxias como granos de arena y la serie Heliconia, Héctor Germán Oesterheld nuestro más entrañable, mítico, heroico y emblemático escritor, el autor de la poderosísima obra El Eternauta y Angélica Gorodischer, la hechicera del lenguaje y las ideas que ha tejido obras como Bajo las jubeas en flor o Kalpa Imperial.
[6] CAPANNA, Pablo, El sentido de la ciencia-ficción, (Colección «Nuevos Esquemas»), Bs. As., Columba, s.d., p. 227 y ss.
[7] Hacemos referencia aquí a las obras de esos magníficos autores: Rito de iniciación de Alexei Panshin, “Alpha Ralpha Boulevard” de Cordwainer Smith, Tú, el inmortal de Roger Zelazny, “Deserción” de Clifford Simak y “Estación de extranjeros” de Damon Knight.
[8] DILTHEY, Wilhelm, “La imaginación del poeta (1887)”, en Psicología y teoría del conocimiento, (Obras de Wilhem Dilthey, VI), México, Fondo de Cultura Económica, 1951, (trad. y notas de Imaz, Eugenio, original alemán 1924). II, i, 4 y II, i, 3
[9] DELANY, Samuel R., Science Fiction Studies, DePauw University, Greencastle, Indiana, #52, Volume17, Part 3 (November 1990), http://www.depauw.edu/sfs/interviews/delany52interview.htm
[10] STERN, William, Psicología general —Desde el punto de vista personalístico—, pp. 158-159 (La negrita es nuestra.)
[11]  El premio Hugo es otorgado por la World Science Fiction Society, y lleva ese nombre por el editor Hugo Gernsback, considerado un pionero en el género y creador de la mítica revista Amazing Stories en 1926.
 El premio Nebula es otorgado por la Science Fiction and Fantasy Writers of America (SFWA).
 Hoy en día existen otros premios, la mayoría en honor de escritores famosos (como el Philip K. Dick, el Theodore Sturgeon, el Arthur C. Clarke, el Bram Stoker, etc.) otorgados por editores, revistas, por la Science Fiction Fundation y por la Science Fiction Research Association (SFRA), etc.
[12] Una producción que, según alguien bastante ligado a la Ciencia Ficción, como lo es Joseph Campbell, —recordemos que en sus obras se basó George Lucas para crear La guerra de las galaxias— debe tener cuatro funciones:
·mística: encara al hombre frente al misterio del mundo y de sí mismo y logra fascinarlo y maravillarlo. “Abre el mundo a la dimensión del misterio”. Así logra transformarlo y lo hace dentro de la efigie de una imagen sagrada.
·cosmológica: muestra la forma del universo de tal modo que el misterio se patentice, al plantear interrogantes en sus explicaciones, sin agotar las respuestas jamás.
·sociológica: fundamenta y valida un orden social determinado; da razones de ese orden, sin provocarlo.
·pedagógica: “…la enseñanza de cómo vivir una vida humana bajo cualquier circunstancia”.
Cfr. CAMPBELL, Joseph y MOYERS, Bill, El poder del mito, p. 64 y ss.
[13] La frase original reza: “La última encarnación de Edipo, el continuo romance de la Bella y la Bestia, estaban esta tarde en la esquina de la calle cuarenta y dos y la Quinta Avenida, esperando que cambiara el semáforo.Ibid.
[14] En realidad, la novela se llama Superluminal (1983) y el cuento que la precedió es “Aztecas”.
[15] Idem. Nota 9.
[16] “En la posibilidad del recuerdo y en su contrapunto, esto es, en la pre-visión del futuro, el hombre se hace ente histórico, gana pretérito y futuro para horizonte de su existencia. Esta revela, como dice C. G. Carus, su doble faceta epimeteica (retrospectiva) y prometeica (prospectiva).” LERSCH, Philipp, La estructura de la personalidad, 8ª ed., Barcelona, Scientia, 1971, (trad. de Serrate Torrente, A., de Aufbau der Person, 8ª ed., Munich, Johann Ambrosius Barth, 1962 [1ª ed., 1938 bajo el título de, Der Aufbau der Charakters]); p. 52
[17] Un ejemplo maravilloso lo da Jack Vance en “Señores de dragones”. La sociedad de humanos —que utiliza a una especie alienígena denominada “dragones”, como bestias de carga, corcel y fuerza de choque militar—, se topa frente a frente con una avanzada de conquista de esta misma raza civilizada, la cual utiliza a los humanos como bestias de carga, corceles y fuerza de choque militar.
[18] Retomemos el ejemplo de Vance: No en vano la brutalidad de las acciones humanas —de esos “señores de dragones” quienes han cruzado genéticamente a los alienígenas para lograr variantes útiles y los han embrutecido a lo largo de generaciones, quitándoles todo rastro de civilización y cultura— se hace patente cuando el caso se traslada a humanos de patas largas y desnudos sobre los que montan dragones inteligentes. La bestialización de un hombre por otro, la canibalización cultural y la opresión política, ética y económica, son sólo algunas de las cuestiones metaforizadas de este cuento. Aún hay algo más profundo: ¿Qué nos hace humanos? ¿Es posible perder esa humanidad? Si es así, ¿quiénes la perdieron más: los humanos-corceles o los señores de dragones?
[19] Bachelard, Gaston, El agua y los sueños, Op. cit., p. 31 (La negrita y el subrayado son nuestros).
[20] Philip K. Dick, 1980.



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