lunes, 28 de septiembre de 2015

"ANDROIDE" un cuento corto en el blog EL ECLIPSE DE GYLLENE DRAKEN


 Hola a todos.
 Un excelente y finísimo escritor, y buen amigo: Pablo Martínez Burkett, me acaba de publicar en su hermoso blog El Eclipse de Gyllene Draken, mi cuento corto "ANDROIDE"... el cual puede leerse allí directamente también.
 Estoy muy contenta. Es un gusto inmenso estar en ese blog con tantos otros grandes escritores que han pasado por allí (y además con una presentación tan hermosa) y, sobre todo, con un anfitrión de lujo como Pablo:

EL AUTOR INVITADO: Teresa P. Mira de Echeverría


ANDROIDE
Andrew —ella paladeó el sonido en su boca—. ¡Muy conveniente para un androide!
Los ojos absolutamente azules y sin vida de él, la miraron un instante; luego argumentó, mientras se tendía delicadamente en la cama:
—“Androide”. “Andros”. En griego significa “varón” —la voz no era en absoluto lo que ella se había imaginado al enterarse de que se trataba de un modelo tan anticuado. No tenía el típico sonido metálico de los androides de servicio; al contrario, poseía una cualidad aterciopelada—. Pero puedo adoptar la apariencia que sea necesaria, tanto fisonómica como genital.
Ella negó enfáticamente con la cabeza, mientras replicaba:
—¡No, no, por mí así está perfecto!
El cuerpo de Andrew, que resemblaba vagamente a un humano XY, no tenía ningún tipo de ropas ni las necesitaba. Su modelo era tan vetusto que no había posibilidad de confundirlo con un humano verdadero o con uno de esos gendroides de carne y hueso que llevaban tatuados visiblemente su condición de producto manufacturado.
La tosca estructura de Andrew estaba conformada por un modelo a todas vistas mecánico, con un rostro tan ambiguamente varonil como el de un maniquí: brazos y piernas azul cobalto, juntas blancas, el pecho y los costados de cristal brillando con una luminosidad sutil y ambarina.
Terminó de tenderse en el camastro viejo y desvencijado que crujió bajo su peso, y apoyó su espalda sobre el estómago de la joven mujer, quien se hallaba recostada contra la pared. Luego colocó melosa y expertamente su nuca sobre uno de los cálidos pechos de ella.
—¿Y cómo debo llamarte? —preguntó con dulzura su voz de barítono.
Ella puso una mano sobre el hombro de él y la otra encima del cristal de su brillante pecho. Al instante, el androide tomó esa mano en la suya y comenzó a acariciarle los dedos.
—Linda —susurró la muchacha mientras dejaba descansar su mentón sobre la crisma metálica del androide—, puedes llamarme Linda.
Andrew alzó la cabeza y sus ojos sin iris ni pupila la miraron desde abajo: los cabellos rubios le caían lacios y con calculada negligencia sobre los hombros. La boca era frondosa, tal vez un tanto exagerada por algún retoque quirúrgico, pero innegablemente incitante. Los ojos grises eran, evidentemente, lentes de contacto (podía ver el color verde que disimulaban). Él sabía que el gris estaba de moda entre los humanos en esta temporada. O, tal vez, ella no deseaba ser reconocida por los escáneres de identidad… Bueno, eso no importaba.
Mientras tanto Linda miró a su alrededor. La habitación era realmente sórdida. Nada de lo que ella hubiera deseado jamás. Pero lo importante ahora era otra cosa, ¿no?; desde luego no aquel desvencijado papel tapiz color bronce, ni el vaso de agua sobre la mesita, con las flores secas, ni siquiera las ofensivas monedas del último cambio atrozmente amontonadas a un costado de esa cama que compartirían las próxima dos horas, y que era más bien un catre.
Por un momento la chica dudó. Y esa duda se convirtió en una leve vacilación física. Fue un movimiento tan imperceptible que sólo una máquina lo hubiese notado. Y él lo hizo:
—¡No, espera! Tranquila. ¡Verás que te gustará! No haremos nada que tú no quieras. Te lo prometo —entonces Andrew rodó sobre sí mismo y, lentamente, empezó a quitarle la camiseta. Aquellos pequeños pezones mostraban que algo en él sí estaba despertando su deseo— ¿Entiendes…linda? —agregó en un tono más bajo. Y esta vez el nombre era el adjetivo.
Ella sonrió y asintió con fingida timidez, dejándose abrazar por esos apéndices metálicos color cobalto. Sabía que a los androides le gustaba esa actitud en ella; que aumentaba la ilusión que venían a buscar en su cama. La ilusión de ser humanos de verdad y de sentir realmente algo cuando la contrataban para tener sexo… O, como ellos insistían en llamarlo: “para hacer el amor”.
©Teresa P. Mira de Echeverría


 Por favor no dejen de pasar por el blog de este excepcional escritor 
(un sitio que lleva esta impresionante presentación:
Escribo relatos donde lo cotidiano se vuelve extraño, anómalo, siniestro o simplemente terrorífico. Historias que borronean los límites entre lo real, lo imaginario y lo simbólico. Me gusta proponer una realidad oscilante. Aspiro a rescatar el asombro del Universo. Quiero que después de leerme levantes la mirada sospechando el engaño de los sentidos.
y no se pierdan este cuento de su autoría: "El Eclipse de Gyllene Draken" que publicó con motivo del eclipse lunar de anoche que tan bien da nombre a su blog...


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