miércoles, 13 de mayo de 2015

CUENTO POR ENTREGAS… Parte 8 de 9


Ikur llega hoy a la OCTAVA PARTE de nueve, de este "cuento por entregas".
Cerca del final de su recorrido, las transformaciones deberán ser drásticas a riesgo de truncar su viaje heroico. Pero los símbolos se volverán un poco más elocuentes, también. 
¿Cómo narraría hoy la historia de Ikur?... Posiblemente su Sombra no sería tan pacífica, sino una entidad más brutal, descarnada, titánica; tal vez un enorme y monstruoso ser leviatánico que nadara entre estrellas, y con el cual luchar, medir fuerzas y, finalmente, hacer las paces. 
El Ánima también sabría nadar entre soles, pero tendría un aspecto y personalidad un tanto más ambiguas... ¿hermafrodita, tal vez? 
Pero las pinturas, definitivamente, seguirían estando allí; y el vuelo final no podría ser más majestuoso. 
Así que volvamos a "aquel cuento", mientras escuchamos High Hopes de Pink Floyd de fondo (y le vamos sacando nuevas resonancias, así como obtenemos nuevas lecturas de El hombre y sus símbolos de Carl C. Jung). 
Adelante, entonces, con el ante último capítulo de esta historia de Ikur.

 .  · .  · .  · .  · .  · .  · .  · .  · .  · .  · .  · .  · .  · .  · .  · .  · .  · .  · .  · .  · .  · .  · .  · .  · .  · .  · .  · .  · .  · .  · .  · .  · .  · .  · 



EL ÁNIMA Y EL HOMBRE DE LA RUEDA GIGANTE


(por: Teresa P. Mira de Echeverría)


[Estar encadenado, bajo cualquier tipo de cadenas, es algo literalmente terrible.
Estar encadenado por uno mismo, por propia responsabilidad, bajo propia mano —o como se quiera decir— es casi insoportable.
Y nótese que digo casi, porque esto es lo más común del mundo; me atrevería a decir que es inherente a la raza humana.]

8: El ánima.

Tal como el paisaje, Ikur —hundido en su desesperación—, fue cubierto por el blanco manto níveo; hasta que, desde el suelo, su sombra se levantó.
"Claro de Luna" - Alphonse Mucha
La negra forma ausente de luz se irguió frente a él.
Ikur siguió a su sombra por varios kilómetros, hasta que cruzó el límite entre la nieve y el sol.
Una vez transpuesto el borde, la sombra desapareció.
La sombra le había hecho cuestionarse a Ikur lo que en verdad era él. Tenía una parte de su ser oscura, una parte que no necesariamente era mala, sino algo que sólo era “otra parte”.
Pero cuando la sombra desapareció, otra figura ocupó su lugar: la vaporosa mujer que lo guiaba había regresado.
Caminó silenciosa, muda, frente a él. Y nuevamente comenzó la peregrinación.
Un nuevo borde apareció adelante. Un nuevo límite. Otra frontera.
La damisela se detuvo frente al precipicio de un gran cañón montañoso. Y, señalando el vacío oscuro y lleno de abigarrados nubarrones que se constituía frente a ellos —mientras era bañada por un viento fuerte que hacía ondular su vestido ocre orlado de perlas—, exclamó sin hablar: “Terra incognita”. Y desapareció.
Ikur caminó a lo largo del acantilado: el vacío a su derecha, una inexpugnable pared rocosa a su izquierda.
Finalmente halló una cueva y se introdujo en ella. Encontró una tea encendida y la tomó. Y, mientras avanzaba, vio pintados sobre las paredes de la cueva, todos los eventos de su vida en tonos rojos y negros. Eran dibujos simples, esquemáticos, pero sublimes; y era como si tuviesen milenios. Como si existieran desde antes que la piedra misma que los soportaba... Como si su forma fuera previa a su materia...
Allí estaba él con las cadenas en medio de un grupo de toros...
Allí, el cangrejo rojo se deslizaba por entre las patas de un mamut...
Más allá, el hombre de la rueda gigante yacía en la nieve, bajo un bosque de jirafas...
La gente de las grandes ilusiones, el monstruo de franjas negras y amarillas, y la sombra se alzaban juntos, más acá, muy cerca de dos hermosos caballos rojos.
Y, en medio del conjunto rupestre, el roble en el mar amarillo dejaba que un tótem asomase por entre su copa.
"Hombre con alas alza el vuelo" - Frank Frazetta
Sin saber por qué, Ikur tomó un trozo de carbón y comenzó a redibujar aquello: hizo que el mar fuera de plata, y que el cangrejo se tornara en una tortuga gigante, y le colocó cabello verde a la mujer vaporosa, y pintó una tumba digna para el hombre de la rueda gigante, con el símbolo de un caracol sobre ella.
Reescribir su memoria era como volver a vivirla. Le daba sentido al pasado. Lo volvía presente.
Ikur comprendió que era hora de avanzar por primera vez en sentido no lineal, fuera del plano de su vida, hacia el eje de la altura de su lo-que-sea-que-lo-llamaba-desde-dentro (digámosle: alma).
Giró sobre sus pies, llegó al borde de la cueva, y enfrentó el precipicio apoyando su espalda contra la pared de sus recuerdos. Entonces dio un paso en el vacío.
Mientras caía, entendió que no debía luchar, ni resistirse; y que así como el árbol desarrollaba sus raíces naturalmente y sin luchar, él debería desarrollar las suyas en paz.
Ikur cerró entonces sus ojos y sintió cómo, desde su espalda, surgían raíces que se entrelazaban en dos grandes grupos. Y entre las raíces creció una membrana esmerilada, blanca como el cotiledón translúcido de una semilla; y las raíces formaron finalmente dos grandes alas.



No hay comentarios.:

Publicar un comentario